Y él llega. Se tumban, el uno sobre el otro. No saben por qué pero se sienten agusto así. No necesitan aclarar nada. Están bien, se lo pasan bien. Son felices. Qué más da el mundo. Ahí en ese preciso lugar acordaron no dejar entrar problemas. No. Ya tendrían tiempo fuera de arreglarlo todo. Eran jóvenes y nada podía ser un problema sin solución.
Enfrentaban la vida con coraje. Coraje y valor. Pero en ese momento todo eso quedaba fuera de las vallas. En ese lugar solo se podía tumbar en el césped, cerrar los ojos y reír de lo que el otro contaba.
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